Los Túneles de sol de Nancy Holt pueden ser cuatro grandes y pesadas tuberías de hormigón en el desierto, o pueden ser creaciones artísticas en comunión con la luz solar que, como dice Terry Tempest Williams en su emocionante y sencillamente perfecto libro Refugio, enmarcan el paisaje de la Gran Cuenca (desierto de Utah) “dentro de unos círculos que nos recuerdan la forma de nuestro planeta, la forma de nuestros ojos, de nuestra boca cuando cantamos o rezamos”. Todo depende de la observadora, de su perspectiva sobre el lugar que el ser humano ocupa en la Tierra, de cómo su cuerpo siente el contacto con el aire, el agua y la tierra; todo depende de la aceptación de algo tan bello como la vulnerabilidad humana, de algo tan hermoso como la fortaleza resultante de la unión entre cuerpos que disfrutan, padecen y sufren.
Si algo nos ha negado la lógica neoliberal de las sociedades actuales es la libertad para pensar en la muerte y, con ello, en la propia vida. Se nos ha arrebatado la posibilidad de cuidar, de dejar que nos cuiden, de pisar la arena mojada y sentir cómo ese ligero y agradable masaje estimula nuestro sistema nervioso disminuyendo la tensión de nuestros cansados pies, y de sentir, con ello, que somos parte de algo mucho mayor que nosotras mismas, que nosotras acabamos, pero que nuestro entorno no acaba cuando nos vamos. La inercia del pago de hipotecas, letras del coche, descendencia para contribuir al crecimiento demográfico, etc. nos lleva directamente al foso del los trabajos precarios con jornadas eternas, al 24/7, a la incomunicación, a la alienación del propio cuerpo. No hay quien lo resista. Asun Pié Balaguer, en su artículo Abrir sufrimientos para habitar otra vida, perteneciente al libro Políticas del sufrimiento y la vulnerabilidad, sentencia con una frase tan demoledora como cierta: “es perversa la propia noción hegemónica de vida que merece ser vivida, al violentar las dos condiciones básicas de la existencia (vulnerabilidad y eco/inter-dependencia) e incumplir los dos criterios éticos irrenunciables (universalidad y singularidad)”.
La crisis del coronavirus (que, pese a nuestro etnocentrismo galopante, no es la única que el mundo vive actualmente: guerra en Siria, (no) refugiadas, violación de derechos humanos en multitud de cárceles, pateras llenas de desesperación, mujeres asesinadas solo por serlo…) nos ha colocado sin previo aviso y con la mirada de una niña incrédula frente a la muerte y al sufrimiento; frente a la vulnerabilidad intrínseca del ser humano, a una de las características que nos define como seres vivos, la no eternidad. Y eso es todo un golpe de humildad. Pero no solo eso, es un llamamiento a la acción, a reescribir nuestra cotidianidad. La crisis del coronavirus tal vez nos devuelva lo que se nos ha arrebatado, tal vez se lo devuelva a quienes sobrevivan a sus consecuencias. Citando de nuevo el libro al comienzo mencionado (Refugio), “Mantener la esperanza de que voy a vivir cuando yo estoy asumiendo mi muerte es arrebatarme el momento presente”.
Necesitamos urgentemente lo que, en el artículo citado, Balaguer llama una “ampliación de lo que puede ser dicho y pensado en la arena pública” para que el dolor y el sufrimiento sean visibilizados, y comenzar así a generar políticas que acaben con la alienación a la que está sometido nuestro día a día, la que obliga a decidir entre cuerpo y mente, la que obliga a creer que ambas son divisibles. Políticas que dejen de excluir subjetividades mediante la ocultación del sufrimiento. No poner en común el dolor, no visibilizar el daño sufrido alimenta la peligrosa idea de que los casos de padecimiento son aislados y de origen individual, lo que conlleva la exculpación de quienes realmente producen ese dolor. Este padecimiento tiene nombre: sufrimiento social, y es definido por Ian Wilkinson, en su libro Suffering. A Sociological Introduction, como “el conjunto de momentos, tanto espectaculares como ordinarios, en los que la dignidad humana es violada y las personas sufren algún tipo de daño o aflicción” (traducción propia).
Cuerpo consciente para visibilizar el sufrimiento
No hay dolor sin cuerpo, sin materialidad, por lo que negar el dolor es negar el cuerpo, y negar el cuerpo es negar el dolor. Si entendemos el cuerpo como algo que se es y no que se tiene, la forma de estar en el mundo es necesariamente reelaborada. Exigiremos, tras esta reelaboración, una sociedad con espacios donde el cuerpo no tenga condiciones para ser aceptado; exigiremos que la sociedad, las sociedades, sean esos espacios, porque todo cuerpo será, gracias a su subjetividad, parte natural de la tierra. Solo entonces el contrato que “entre el ser humano y la tierra se había firmado y violado” (Refugio), recuperará vigencia.
Una consciencia plena del propio cuerpo y de cómo este se ubica en el mundo resulta en una consciencia plena del derecho de ese mismo cuerpo a habitar el mundo. Y es ahí, en lo mundano, donde podremos alcanzar la consciencia requerida. Preguntas tan sencillas como ¿cómo se mueve mi cuello? ¿cuánto y cómo se flexionan mis rodillas? ¿qué sienten mis pies cuando pisan la hierba? ¿y mis manos? ¿cómo es mi pelvis? ¿y mi sangre menstrual? ¿por qué cuando como cacahuetes me duele la cabeza? Es poco espectacular, lo sé, pero, ¿qué esperábamos? El camino a la corporalidad es el propio cuerpo, es el autoconocimiento. Espacios abiertos a narrativas de dolor son necesarios, pero no suficientes. Son urgentes espacios en los que el aprendizaje del propio cuerpo se mezcle, se amalgame con esas narrativas de sufrimiento y dolor, lugares en los que no se tomen como compartimentos estancos, sencillamente porque no lo son, porque uno no es sin el otro. Solo desde ahí podremos cuestionarnos el origen de los sufrimientos, poner nombre a quienes vulneran, y señalar directamente a quienes hacen de innumerables colectivos, colectivos vulnerados.
Debemos empezar por lo más básico, porque, aunque a nuestro ego de “especie superior” le cueste asimilarlo, hay pilares maestros que se tambalean debido a que nunca se terminaron de construir. Los espacios abiertos al conocimiento del yo, que implica dar rienda suelta a las narrativas del dolor y reconocer el propio cuerpo y el cuerpo ajeno, han de empezar sus sesiones por una materia troncal que yo llamaría “No tenemos que entender las infinitas subjetividades, solo debemos entender que existen”. Quizá sea un nombre demasiado largo, pero es que no todo en esta vida se puede resumir.
A título personal, me resisto a que mis sentires sean tomados como anécdotas aisladas, a creer que mi dolor nace y muere conmigo, a que mis hermanas y hermanos crean que están solas en su sufrimiento. Me resisto, no es justo, porque no es verdad. Termino citando, una vez más, el libro con el que comienza este texto, porque, si algo no se puede mejorar, hay que replicarlo: “Conozco la soledad de la que habla mi madre. Es lo que me sustenta y me protege de mi propia mente. Me vuelve del todo presente. Soy desierto. Soy montañas. Soy el Gran Lago Salado. Hay otras lenguas, habladas por el viento, el agua y las alas. Hay otras vidas que tener en cuenta: avocetas, cigüeñuelas y piedras. La paz es la perspectiva que se encuentra en las constantes. Cuando veo gaviotas de Delawere picoteando la carne de una carpa en descomposición, me da menos miedo la muerte. Somos nada más y nada menos que la vida que nos rodea. Mis miedos afloran en el aislamiento. Mi serenidad aflora en la soledad.”
Comentarios
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Amaia Gonzalez
14 abril 2020, 05:57
Laura, alimentas tanto mi mente que las gracias te las doy yo a ti. Un abrazo fuerte.
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Useche Inchauspe
14 abril 2020, 03:37
O nosso conjunto (corpo+mente+espirito) é uma construção, moldada nos blocos que obtemos ao longo do caminho. é intrigante pensar que cada pequena coisa que fazemos, ingerimos, consumimos, criam esses blocos e o produto final é a construção de cada ser como individuo.
A dor faz parte desse processo de construção, como experiência que adiciona teor à esses pequenos blocos. Entender a dor e não nega-la, ou esconde-la, faz parte do processo de se fazer uma construção mais bonita, resistente e duradoura. - Responder
Amaia Gonzalez
14 abril 2020, 06:13
Cada sorriso, cada lágrima, cada role de Jiu Jitsu, cada passeio pelas dunas antes ou depois de uma gelada, cada dor compartilhada, cada palavra dita ou sugerida… fazem parte desses blocos, desse conjunto. Coisas tangiveis que abrem o caminho às intangíveis e vice-versa. Obrigada, Useche. Saudade.